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miércoles, 2 de diciembre de 2020

PALABRA ESCRITA: El monstruo de la historia

PALABRA ESCRITA: El monstruo de la historia: (Acercamiento crítico a Extrañas mutaciones de Marco Antonio Valencia Calle) Por: Fernando Chelle   Huele a quemado. Durante cuatro sem...

martes, 10 de noviembre de 2020

Extrañas mutaciones- Reseña de Jair Villano

https://www.pagina100.com/resena-del-poemario-extranas-mutaciones/ 



Reseña del poemario “Extrañas Mutaciones”

“El poeta no es la respuesta, ni la poesía la pregunta. Es un simple testigo, uno más de tantos que están allí afuera queriendo entender el porvenir sin testigos”. Esas palabras sirven para definir el libro de Marco Antonio Valencia Calle (Popayán, 1967): un poemario en prosa cuya preocupación más latente son las formas en las que la guerra ha penetrado pueblos, niños, soldados, guerreros, cuerpos. “Si los muertos hablaran, hablarían desde los poetas y el río de versos que hay en sus ojos”.

Para muchos la poesía de Valencia Calle insiste en recordar que el festejo displicente de ciudades ajenas al conflicto -pero presas de otros demonios-, está en contraste con la desgracia de otros. / Archivo particular

Es una poesía de instantes, de lapsos, de momentos. Sus mejores líneas están arrinconadas entre lacónicas narraciones, sus mejores acápites están envueltos entre lirismos, sus mejores imágenes están almacenadas entre historias de sufrimiento. Son poemas de dolor, de desconsuelo, de tristeza. Es una poesía sencilla, sin claves, sin criptogramas, sin preciosismos. Su preocupación se hace sentir: esa sensibilidad con la que el autor mira, escucha, olfatea, siente el derramamiento de sangre. Lo padece a través de otros. Lo aflige como a las madres de los muertos que tanto proliferan.

“Al filo de la noche la madre dio a luz. Se acabó la noche y comenzó la vida de su hijo. Al filo de la madrugada mataron al niño, se acabó la vida de su hijo y comenzó a trajinar la angustia interminable”.

De modo que el lector se siente conmovido e interpelado por lo cercano que es un flagelo que acecha a cientos de poblaciones ignotas, para los ojos de muchos; la poesía de Valencia Calle insiste en ello: recordar que el festejo displicente de ciudades ajenas al conflicto -pero presas de otros demonios-, está en contraste con la desgracia de otros.

“Asesinar el lenguaje para esculpir con su sangre un instante más de poesía”, dice. Y uno presiente que esa línea persigue los poemas del nacido en Popayán. En cada uno de ellos, en unos mejores que en otros, las heridas de una guerra que muchos conocen desde la lejanía de un televisor, se vuelven cercanas, vivas, crudas, como si se tratara de sucesos in situ. Además, no hay una posición con respecto al guerrero. El dolor del que lucha por la patria como del que lucha por la revolución no están desvalorizados, pues la concentración es la tragedia personal de cada uno de ellos, la tragedia familiar, la de su entorno más cercano, la del testigo, la de su comunidad.

” (… ) De pronto, la cotidianidad se quiebra como un jarrón de barro cuando cae al piso. El murmullo de la gente va tejiendo una red multicolor bajo el cielo de una tarde de sol tenue. Y todos en el pueblo, como envejecidos, se santiguan al ver el cadáver de una viejecita que vendía flores en la esquina del parque, al otro lado de la iglesia. Y todo es tan solemne, tan musical, tan triste”.

“Extrañas Mutaciones” (Gamar Editores, 2019) también es más que eso: hay otras exploraciones, otras imágenes, otras obsesiones. Ese prisma melancólico halla en lo poético un camino para arrojar sus vaivenes.

“Un día sin comer, sin explorar la vida, sin preguntarle nada a nadie. Cualquier tierra sembrada de silencios, o extraviada en días olvidados, en angustias ralas. Un día sin atreverse a sonreír, a cantar, o a expresarse sin secretos ni instintos. Un día preso del disfraz de la soledad infinita, sin sorpresas o lluvia en el corazón, sin luz en los anhelos”.

Hay momentos donde la soledad parece hacerse con uno, instantes en los que se instala sin clemencia y sin permiso, esas horas -que parecen eternas- dejan sonidos que solo algunos traductores saben representar. El bardo hace del lenguaje el asidero más idóneo para derramar sus perplejidades, sus interrogantes no resueltos, sus difusas intuiciones.

“Hay una música de monstruos que inspira justicia. Una serie de canciones que más parecen un museo de cotidianidades, donde circulan muchachos feroces de sangre de todos los colores, que lamentos hirviendo entre canciones. Cada muchacho cantor es testimonio de irreverencia, y cada desgarramiento de cantor puede inducir al goce, al amor, o a morir de tristeza si se quiere, o de nostalgia sí prefiere, acaso de soledad”.

Valencia Calle sabe que “Abrir la puerta de las insolencias puede traernos visiones inclinadas”. Extraña mutaciones es su manera de demostrarlo: hay intentos de explicar el porqué de tantos sucesos sin sentido, tanta ferocidad, tanta imposición nefasta.

Hay imágenes que saben capturar y representar, párrafos cargados de realismo crudo, de daño consumado en la búsqueda. Acaso sea conveniente terminar con uno de ellos: “Se acerca el fin del mundo, tarde para nosotros, porque ya la tragedia humana nos ahogó con sus cantos de sirena, y el fuego de la guerra ni siquiera nos haces hervir la sangre, y como mariposas nos precipitamos en silencio sobre las llamas de las velas”.

Fuente/ Source: www.elespectador.com

Por/ By: Jaír Villano

Foto/ Photo: Archivo particular

PAGINA 100 POPAYAN COLOMBIA





sábado, 24 de octubre de 2020

NUEVA EDICION DEL LIBRO "EL PROFESOR ESPANTAPÁJAROS"


 Saludos,

¿Qué tal éste espantapájaros?

Pues bien, en su compañía quiero comentarles que ya esta en las librerías de Popayán, Santander de Quilichao y El Bordo, la nueva edición de el libro: El Profesor Espantapájaros. 

Como siempre, bellamente ilustrado, letra grande, aventuras actualizadas, curiosidades de la naturaleza, en fin; ya saben, un libro para leer y aprender desde la aventura, el asombro y la pregunta.

Y como también saben, desde mi compromiso con la educación pública, un libro a costo de cualquier estrato o condición social, porque en el fondo, lo que queremos maestros, padres y escritores es que nuestros niños se enamoren de la lectura, y el Profesor Espantapájaros ha venido cumpliendo con éxito rotundo esa tarea desde el año 2006 cuando salió por primera vez.

Ánimo pues, a leer este libro que esta genial.

-Marco Antonio- 





jueves, 30 de julio de 2020

Noventa metros por noventa días es igual a un millón

#historiasdeviajes

Cuento participante concurso de historias de viajes organizado por Zenda e Iberdrola

Por: Valencia-Calle

¡Señor profesor, compañeros, invitados a la clase, buen día para todos! Nos pide el profesor realizar una exposición oral sobre nuestras vacaciones en tiempos de pandemia. Pues bien, mi nombre es Orlando, vivo con mi abuela paterna en el barrio Los Pinos y nos tomamos muy en serio la cuarentena de noventa días recomendada por el Ministerio de Sanidad.

Nuestra casa tiene noventa metros cuadrados, dos plantas, tres habitaciones, dos baños, una sala-comedor, un espacio para asuntos de aseo y un cuarto muy pequeño para jugar, en donde prácticamente pasé este verano y otros días más.

A diario mi abuela pasaba por mi habitación para llevarme al baño, darme el desayuno y vestirme de manera adecuada para salir de viaje con mi abuelo. Fueron paseos muy bien diseñados por ellos, quienes siendo adultos mayores y con sueño esquivo, se quedaban hasta altas horas de la madrugada cuchicheando pormenores de un recorrido del que no hubiera querido regresar.

Hicimos tantas cosas en esos viajes que dudo por dónde comenzar a contar. Quiero que disculpen mi emoción, pero tengo solo cinco minutos para compartir con ustedes lo que tardaría un millón de años en explicar.

Todo empezó en los ojos de mi perro Lukas. Comenzamos a imaginar cómo nos vería y luego nos apropiamos de su mirada. Gateando a su lado, recorrimos la casa gruñendo, ladrando, oliendo y saboreando la vida desde su perspectiva. Estando en esas descubrimos hormigas, las espiamos y las alimentamos por días hasta que supimos todo de ellas.

Otro día jugamos con las sombras de la casa. Las retratamos, hablamos con ellas y nos hicimos sus amigos. Una vez nos ganamos su confianza, organizamos un teatro en la pared, donde, ayudados con la luz de una lámpara, convocamos figuras de animales de todo el mundo para tener un zoológico. Así pude ver las sombras de los seres y monstruos más raros del universo en mi propia casa.

Una tarde sembramos maticas silvestres en unos tarros. Cada quien tenía que cuidar la suya: alimentarla con agua, sol, sereno y con historias para que creciera. La mía fue la que más creció y hasta dio florecitas porque le conté las películas de Disney que había visto de niño.

Hacíamos la siesta en el pequeño balcón mirando el cielo para encontrar formas de animales y cosas en las nubes. Mi abuelo era un nefelibata experto y siempre nos ganaba porque era capaz de anticipar la forma que tomaría cada nube. Se volvía loco de alegría y saltaba como niño cuando en el cielo aparecían dragones o caras de gente conocida.

A mi madre le gusta practicar apnea. Entonces nos sentábamos en las sillas del cuarto de juego, cerrábamos los ojos y, aguantando la respiración, nos sumergíamos en el Mediterráneo a ver peces de colores en el fondo del océano. ¡Vi el mundo marino en mi cabeza como nunca!

Un día a la semana nos vendábamos los ojos. Fue divertido porque a pesar de vivir tantos años en la misma casa, nos tropezábamos y teníamos dificultades para encontrar las cosas. A mi madre se le ocurrió inventar el día sin palabras y el que hablara tenía que pagar con penitencias. Por supuesto, pagué muchas porque me es imposible vivir sin hablar.

Aprendí a cocinar. Cada domingo me convertía en aprendiz de cocina con lavado de vajilla y ollas. Hoy sé preparar desayunos, postres, sopas, zumos y muchas otras cosas, de tal manera que ya nunca moriré de hambre. Freír huevos es ahora “pan comido” para mí.

Lo que más me gustaba era el juego de las palabras que hacíamos cada noche. En un frasco había papelitos con palabras escritas; tenía que sacar uno e inventar una canción o una historia con lo que allí estaba consignado. Yo siempre inventé cuentos porque de canciones poco.

—¡Oye tú! ¿Y en tu casa hay televisión? —pregunta Miguel.

—En realidad no quedaba tiempo para ver televisión, jugar Play o meterse a Internet.

—¿Y has pensando en demandar a tus abuelos por someterte a todas esas cosas tan raras y feas? —pregunta Felipe.

—Seguro todo eso te ha dejado un trauma y tienes que ir al psicólogo —interrumpe Marilucha.

—¡No, nooo, nada de eso! Estas fueron las vacaciones más fantásticas de mi vida. Mi abuelo murió el mes pasado; sin embargo, este fin de semana pensamos visitarlo con mi abuela y hablar con él un rato.

—¡Pero cómo, si está muerto!

—Muerto está el que no imagina, el que no sabe viajar con la imaginación.

 


miércoles, 15 de julio de 2020

domingo, 8 de marzo de 2020

viernes, 6 de marzo de 2020

jueves, 5 de marzo de 2020

lunes, 2 de marzo de 2020

domingo, 1 de marzo de 2020

sábado, 29 de febrero de 2020