LOS SOÑADORES, LOS SUEÑOS Y LO
SOÑADO
MARCO ANTONIO VALENCIA
Pertenezco a dos generaciones. La
primera es una generación que se creyó el cuento que el principio de las cosas
estaba en el soñar y luego en el hacer. A un grupo de personas a la que le
vendieron el cuento que quien soñaba tenía garantizada la gloria y el cielo. Y
la segunda: una generación de la duda, del hablar mucho y no hacer nada.
Los primeros teníamos “el
secreto” del éxito allí, a voces, en la frente, en el sermón del sacerdote y la
cantaleta de la mami, en el tablero de la escuela y los periódicos que leíamos:
el secreto de todo está en soñar. Los segundos, los que dicen que eso del soñar,
es puro cuento, pura paja.
Para los soñadores, todo es fácil.
Cualquiera podría soñar con hacer una revolución en una isla como Cuba y
convertirse en su presidente por cincuenta años; soñar con escribir una novela
sobre un pueblito llamado Macondo y convertirse en premio Nobel de Literatura;
salir niño desde Amagá con los pies descalzos de la pobreza, y terminar siendo
presidente de la república.
Los que soñaron y no lograron
nada dicen: “los que tuvieron quien les dijera el secreto, y les indicaran el
camino y les enseñaran a soñar tuvieron suerte”. Sí, porque no solo se ha
tratado de saber qué hay que soñar, sino saber cómo soñar… y ahí está el meollo del asunto, el problema
del asunto, la tragedia del asunto: no todos hemos sabido cómo se sueña, no
hemos aprendido a soñar.
Se divulgó el secreto de soñar,
pero no nos han dicho el paso a paso del cómo soñar. Y lo peor, muchos nos
quedamos allí, con la boca abierta, mirando el cielo, como sapos tomando el
sol, soñando que aparezca un ángel del cielo y nos diga el paso a paso del cómo
soñar.
La vida, esa cosa rara que hay
entre el tiempo, los pensamientos y el palpitar del corazón, me ha enseñado que
cuando uno se atreve a soñar con algo, pues ella, la vida, suelta sus cosas (un
regalo, un amorcito, una moto, un televisor de 100 pulgadas, un empleo, etc.).
Pero hay otras cosas que por más que uno las sueña nada de nada. Debe ser
porque se sueñan con la boca abierta, la mente en blanco y mirando al cielo con
ojos de sapo, y así, parece que la vida no da nada.
He soñado con ser presidente de
la república, por ejemplo. Con ser millonario (o rico al menos), pero nada. Y
cosas así, pero no, nada. Mi amigo Paulino Díaz Muñoz mi dice que sueñe cosas
serias y en servir a la gente. Pero yo creo que soñar con poder y con dinero no
está mal, y que el hombre me habla así
porque le enseñaron a soñar mal, le dijeron qué soñara y le castraron los
sueños. Soñar es gratis, le digo, y si a mí me da la carajada de soñar con ser
presidente para terminar como gobernador no tiene nada de malo, y … así, se nos
va la vida hablando de qué y cómo soñar y se nos olvida soñar (es aquí donde me
dan ganas de decir: par de güevones).
Tengo una amiga, la Tata Duque, que
cuando hablamos de eso del soñar me dice que más que metodología lo que se
requiere es amarrarse los pantalones. Que cuando uno se dice voy a ser
presidente, pues de una, se levanta todos los días a trabajar por ello y las
energías del mundo confluyen para que eso que tienes en la mente se haga
realidad.
He ido a charlas con gurús, de
esos que han logrado su sueño de ser ricos, gracias al poder de sus sueños donde,
igualmente, lo que dicen es que para soñar no hay método, que solo hay que
tener una idea fija en la cabeza y
ponerse a trabajar por ese sueño a tiempo completo, sin vacaciones, ni descansos,
e incluso sin plata o hasta cuando haces el amor.
Como sea, llega navidad, es hora
de revisar si los sueños del año que termina se hicieron realidad, o tiempo de
comenzar a soñar de nuevo en las vainas que vamos a lograr en el 2017. Es gratis. Y hasta divertido, se los aseguro.
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