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sábado, 29 de agosto de 2015

PARTICIPACIÓN FESTIVAL INTERNACIONAL POESIA DE CALI

MARCO ANTONIO VALENCIA CALLE

Popayán, 1967


Magíster en Filología Hispánica, Especialista en Pedagogía de la Lectura y la Escritura, Licenciado en Literatura y Lengua Española. Miembro Fundador de la Asociación Caucana de escritores (2000).. 2º Lugar VII Concurso Nacional de Poesía Universitaria “Euclides Jaramillo Arango”. Armenia  2001. Beca Fundación Carolina para estudios en el Instituto de la Lengua Española, Madrid España, con nota final Summa cum Laude. 2005-2006.  2º Puesto II Premio Iberoamericano de Poesía “Pablo Neruda 100 Años”, Temuco Chile. 2004 Premio Nacional de Poesía Carlos Héctor Trejos, Riosucio Caldas, 2004. Premio Nacional “descanse en paz la guerra”, Poesía Sin Banderas, Casa Silva Bogotá,2003. Premio Nacional de Poesía Ciudad de Chiquinquirá. Año 2003.  Premio Departamental de literatura “Caucanízate”. Popayán, 2007. Expresidente del Consejo Nacional de Literatura, 2009-2011. 


POEMAS

El violinista negro

Heredé el nombre, el color de la piel y la música de mi abuelo. Un negro enorme que vino de los genes de un esclavo traído contra su voluntad a Cartagena y escapó robándose a la hija de un príncipe ruso para que los blancos sintieran qué se vive cuando a uno le arrancan del corazón a los seres amados.
Heredé de esta pareja de fugitivos un murmullo de nostalgias por sus castillos perdidos, y de mi padre una música amarga que suelo interpretar con el violín para espantar a los fantasmas, el calor, el tedio.
Esta música es sencilla como la lluvia y va dejando entendimiento y compasión en un hilo de circunstancias que no se pueden contar, sólo escuchar. Todo mi pasado no se puede entender sin los llantos de este violín y las oraciones de las cantaoras para celebrar cada cosa cada día, o sin las mañanas cosechando maíz y las tardes cazando venados al filo de la noche, o sin las noches al borde de un fogón con llamas que se avivan al verbo de las fantasías que narran los abuelos.
Los gemidos de mis negras los acompaño con el violín. Las oraciones de mis mayores las acompaño con mi violín. Las historias de los viejos que narran de dónde venimos las acompaño con el violín. Soy el violinista negro de esta ciudad blanca, el intérprete que lleva todas cicatrices del mundo en la mirada.


Un ataúd para la memoria

Los enviados del cielo me hablan lenguas extrañas. Y como poetas visionarios me señalan los caminos, la música y el cielo, pero no entiendo. ¡No los entiendo!

Esta danza de milagros, de dones y de amor, de paraísos y de cielos no me alcanza para presentir, para ver, ni para entender.
Es como andar entre  los pasillos de un viñedo de alegorías y prodigios, pero todo me es incomprensible… Dios mío, por qué soy tan sordo, tan ciego, tan pequeño.
La feria de la vida está allí, me dicen. Pero no alcanzo a verla, ni a presentirla,  ni a gozarla… y  las emociones de la muerte que se avecinan. Me faltó la luz, me faltó el fuego de Dios ardiendo en el pecho para intentar un poema, el milagro de un poema.
Se me fue la vida girando por las fronteras de izquierda a derecha, con la mano en la bandolera, con el vaso a medio tomar.


Mi corazón de piedra y de silencios

La cena servida, el amor en el plato, la alegría en la mesa, pero nada; el egoísmo no me deja paladear ni entender nada. Todo es madera cruda en el pecho del huésped. Y no entiendo nada y nada del hombre me es comprensible.
Se me desgajan las ideas después del vino palabreando con la luna, pero ningún paisaje me sirve para entender.
Mi corazón de piedra y de silencios está amarrado a la nada. Mi corazón forrado de todos los placeres no conoce los dones, solo las puertas abiertas de la esclavitud y la misericordia del llanto. Pero nada, no entiende de nada.
Soy un huérfano, un niño autista que murió cuando vio morir el amor entre sus padres.


Sacrificio de sacrificios

Que vengan los ángeles o cualquiera que cante, y me diga que me ama. Que vengan los hijos, los amores vividos, y el afecto de los amigos a mirarme el rostro antes que el río de la muerte me pudra del todo, y ya nadie pueda reconocerme.
Qué importancia tiene comentar si al final hubo dolores en la piel o en los huesos, si morí en paz o en guerra con mis propias debilidades, si al final de todo el cielo está abierto como un jardín sin puertas para esta alma furiosa como la mía, y si mis cenizas enviadas a la tierra ni siquiera me esperan.
Que venga la muerte, que venga… desafié una tarde. Y cuando llegó tan sólo le pedí que me dejara mirar el rostro de los amados y escuchar esas canciones de amor que me enseñaron de misterios y de la vida.
Los he visto a todos ustedes en mi memoria. Para eso fui fotógrafo y poeta y me sacrifiqué por todos.
Ahora, que me miran por última vez, espero  que me digan que me aman por última vez.


Las tinieblas susurrantes

Mientras el dolor le corre por las venas en vez de poder mirar la vida por la ventana, y cuando las fuerzas le abandonan justo cuando en la arena de la plaza cae una lluvia de flores y aplausos. Mientras los dueños de la muerte condenan su libertad a vivir entre paredes rojizas, pisos hediondos y tinieblas susurrantes. Mientras no haya tristeza más intensa y aturdidora que la prodigada por los ladridos de los días. Mientras el dolor acumulado sirva de expiación y con los ojos del alma se siga mirando el castillo…
Este poeta que se enamoró tantas veces de la misma mujer, que dejó de ver el sol por dedicarse a envejecer en el regazo de su amada, que no pudo viajar a otros puertos del mundo para poder ser dueño de sus emociones y cuidar un árbol de pino en su jardín, irá recogiendo culpas para su tragedia emocional detrás de barrotes que le hablan.


Todos lo vimos por el noticiero

Hay un drama esta noche. Un drama para alimentar al monstruo de la historia y los riachuelos de sangre que corren por las calles de mi país. Una pareja de hermanos ha muerto fusilada cuando los bandidos intentaron tomarse un cuartel de policía en ese juego eterno que vivimos entre guerrilleros y soldados.
Al momento de su muerte la niña imitó el sonido de la ametralladora como si a cada bala incrustada en su cuerpo fuera necesario pronunciarla. De la boca del chico sólo se escuchó el eco de un madrazo nacido de sus entrañas.
La chica cerró los ojos con fuerza y murió con la frente arrugada y mostrando los dientes. Su hermano, en cambio, se murió con los ojos abiertos mirando al cielo como si estuviera frente a un espejo y en su rostro la mueca de una sonrisa.
Fue una muerte absurda, como todas las muertes de los que viven ajenos al margen de la estupidez o de la iluminación de la guerra.
Los asesinos, con sus destinos marcados por la sal, se fueron a morir a otro lado.
Todos lo vimos por el noticiero.

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