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martes, 25 de agosto de 2009

El esplendor de la violencia

Camándula en mano mi madre reza y yo le colecciono sus dolores en silencio. Trato de reinventar en mis adentros el milagro de otra casa con menos dramas, domesticar mis lágrimas para no dejarme fracturar los sueños o menospreciar los reclamos guardados debajo de la almohada.No se cómo mentirle a mis hijos diciéndoles que el esplendor de la violencia es pasajera, si desde los días de mis bisabuelos los milagros de la vida van acompañadas con restas, con lágrimas y con la multiplicación de las ruinas y odios extraños. Si cada mañana la radio informa de una lluvia de sangre regando los campos de café y los bosques de cemento.Mi madre dice que sus ardientes oraciones consagran la esperanza. Que las deudas morales por la indiferencia que todos tenemos con la patria, se pagan con cantos y rezos por los muertos equivocados. Que sus oraciones al cielo son alegatos a Dios para calmar las agonías de todos. Que los creyentes debemos padecer sin juzgar, la amargura de los tiempos. Que sus ruegos son poemas lúcidos para alejar la noche negra de la mano de los enterradores.

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